“–
Mamá, papá, debo confesarles algo: quiero estudiar arte.”
Sincerémonos,
antes que todo. Nuestra institución no nos amamantará para
siempre y llegado el momento tendremos que enfrentar el egreso o la
deserción, salir al mundo, trabajar, y darnos cuenta de que mucho de
lo que hicimos o causas por las que peleamos eran del tamaño de una
larva y que afuera de la universidad no le importaban a nadie.
Querámoslo o no, artistas o no, seremos parte de la clase
trabajadora.
Volvemos
a las salas de clases luego de este tráiler de las vacaciones
que separa a un semestre del otro y las cosas siguen como siempre.
Mientras nuestros sueños de educación gratuita descansan y se
descomponen en el charco del chorreo económico, nuestra “comunidad
universitaria” agoniza. No puede ser de otra forma con las
desproporciones de poder que existen entre sus estamentos, las que
permiten acontecer abusos y arbitrariedades a la sombra de las
fiestas eleccionarias que hemos visto celebrarse.
El
llamado no es a llorar por ser oprimidos, sino a rebelarnos.
Pero no como individuos aislados, sino como una comunidad consciente
de sus responsabilidades: aquello que acontece dentro de la
comunidad, aquello que podemos hacer por mejorar la calidad de vida
de quienes la integran, aquello que tendremos que hacer.
Por
eso, sincerémonos: ¿nos importa la comunidad? ¿Nos importa
que se jerarquice una forma de arte sobre otra? ¿Nos importan las
condiciones en las que trabajaremos? ¿Estamos dispuestos a poner
nuestras disciplinas al servicio de nuestras comunidades? ¿Nos
involucramos en la universidad porque estamos al servicio de las
necesidades de la ciudadanía o lo hicimos para subir unos peldaños
en la pirámide alimenticia? Esperamos, con la edición que tienes en
tus manos, aportar a la reflexión y a la acción sobre estas
problemáticas.
Equipo Sorbete Letelier
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