4 ago 2014

Editorial No. 11


“– Mamá, papá, debo confesarles algo: quiero estudiar arte.”

Sincerémonos, antes que todo. Nuestra institución no nos amamantará para siempre y llegado el momento tendremos que enfrentar el egreso o la deserción, salir al mundo, trabajar, y darnos cuenta de que mucho de lo que hicimos o causas por las que peleamos eran del tamaño de una larva y que afuera de la universidad no le importaban a nadie. Querámoslo o no, artistas o no, seremos parte de la clase trabajadora.

Volvemos a las salas de clases luego de este tráiler de las vacaciones que separa a un semestre del otro y las cosas siguen como siempre. Mientras nuestros sueños de educación gratuita descansan y se descomponen en el charco del chorreo económico, nuestra “comunidad universitaria” agoniza. No puede ser de otra forma con las desproporciones de poder que existen entre sus estamentos, las que permiten acontecer abusos y arbitrariedades a la sombra de las fiestas eleccionarias que hemos visto celebrarse.

El llamado no es a llorar por ser oprimidos, sino a rebelarnos. Pero no como individuos aislados, sino como una comunidad consciente de sus responsabilidades: aquello que acontece dentro de la comunidad, aquello que podemos hacer por mejorar la calidad de vida de quienes la integran, aquello que tendremos que hacer.

Por eso, sincerémonos: ¿nos importa la comunidad? ¿Nos importa que se jerarquice una forma de arte sobre otra? ¿Nos importan las condiciones en las que trabajaremos? ¿Estamos dispuestos a poner nuestras disciplinas al servicio de nuestras comunidades? ¿Nos involucramos en la universidad porque estamos al servicio de las necesidades de la ciudadanía o lo hicimos para subir unos peldaños en la pirámide alimenticia? Esperamos, con la edición que tienes en tus manos, aportar a la reflexión y a la acción sobre estas problemáticas.

Equipo Sorbete Letelier

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