13 jul 2014
Horarios protegidos
Por Pablo Rojas. Publicado originalmente en Revista Sorbete Letelier No. 3
Recuerdo que en mi primer año universitario, con algunos compañeros realizamos un juego que me pareció digno de eterno recuerdo. Se dividían los participantes en dos grupos (debían ser muchos), formando cada bando su propia cadena humana. Cada persona se tomaba de la cintura (o cadera) con la persona de adelante. El propósito era que la cabeza de cada bando llegara a tocar la cola del otro, obviamente, sin desintegrar la cadena. Por supuesto, el trabajo en conjunto era fundamental para no romper esta especie de cuncuna.
Bueno, por esas cosas de la vida, probablemente nunca hubiera experimentado este juego si no hubiera sido por la toma del 2011. Toma en la cual, entre otras cosas, se logró diagnosticar muchas de las falencias a nivel macro-educacional. Me refiero a principalmente: la falta de democratización universitaria, el problema del acceso a la universidad, la no gratuidad y la desvinculación de la universidad con su entorno. Todas estas causas tienen sus consecuencias directas en el quehacer cotidiano en la Facultad de Artes, en donde podemos observar problemas históricos como pérdidas de notas y actas en la secretaría de estudios, la tardía conformación del consejo de escuela (al menos dos años de retraso), malas condiciones laborales de algunos funcionarios (bajos sueldos, nula participación), hegemonía de una visión universitaria, construcción del Proyecto de Desarrollo Institucional (PDI) unilateralmente, cuestionables políticas de extensión de la facultad, encuesta docente en eterno periodo de pruebas, sobrevaloración docente en la toma de decisiones, entre muchísimos otros.
Ahora, la cuestión es simple: tenemos un bloque horario permanente desde el cual podemos hacer frente a todos estos problemas, pero no desde cada foco o particularidad, sino de manera colectiva y global, entendiendo que muchos de nuestros problemas vienen de la misma fuente. Pero aún más relevante, tenemos este espacio temporal para hacer lo que nos parezca, y no solo para solucionar contratiempos. La gran importancia y trascendencia del horario protegido de estudiantes es su carácter autodeterminante, y con esto me refiero, a que la responsabilidad de lo que suceda en ellos recae netamente en nosotros. Por tanto, tendremos que ir generando hábitos participativos y decisivos para que la cosa marche.
¿O preferimos dejar todo tal cual está, y seguir en las nefastas condiciones comunitarias y universitarias en que actualmente nos encontramos?
Ver una película, conversar, organizar tarreos, aprender sobre el arte que no se valora en la universidad, discutir o simplemente jugar (como en el primer párrafo) son prácticas perfectamente posibles en el horario protegido (en realidad, podría ser cualquiera que se nos ocurra). Y aquí viene la gracia; las actividades a realizarse serán según nuestro propio parecer y criterio, generándolas en conjunto y correspondiéndose con el colectivo de estudiantes (¡nosotros!). Sino, cada uno se las ve en su casa.
Entonces, la invitación es a hacerse parte de un permanente proceso en el cual contribuimos todos, a ser formadores de esta fuerte cuncuna humana que necesita de nuestro tenaz trabajo. Si no nos gusta lo que se hace en el horario protegido propongamos, intercambiemos pareceres y formas de trabajo. Es deber de todos masificar y diversificar las formas de participación. Nunca, pero nunca nos quedemos callados.
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