8 jun 2014
Luis Merino, candidato a Decanato 2014-2018: “Con qué propiedad le pedimos a los estudiantes que sigan llenando encuestas docentes, si lo siguen haciendo y no pasa nada.”
Desde el año pasado se rumoreaba su retorno a las arenas políticas de la Facultad de Artes. La solicitud de sus colegas lo llevó a repostularse a su posible cuarto período en el Decanato. En esta conversación pudimos acceder a un relato sobre su vida, sus aspiraciones y sus discrepancias con los actuales procesos.
Por: Felipe Sandoval – Fotografías: Paolo Parachen
La infancia, la musicología y la política
¿Cómo se gestó su acercamiento a la música?
Mi primer acercamiento vino de mi madre, que tocaba el piano. Teníamos un piano en la casa que todavía conservo y a mí me gustaba. Desde muy niño tomé clases de piano con Mauricio Rosenmann, después entré al Conservatorio y allí estaba en una etapa en que más que el piano me interesaba jugar fútbol, cosas así, y me eliminaron. Ahí conocí a una persona que era una gran maestra, Lucila Céspedes, que me dio clases de piano y de teoría. Ella me derivó al profesor Germán Berner, y con él volví al Conservatorio. Llegué a primer año superior de piano. Decidí dedicarme a la música y encontré gran apoyo de mi madre y de mi padre, que era escritor. Éramos una familia de clase media, mi padre me apoyó y ahí entré a estudiar Musicología con Carlos Botto y la Dra. María Ester Grebe, y Composición con Gustavo Becerra. Me recibí de la licenciatura el año sesenta y seis, obtuve una beca y me fui a estudiar a una universidad en California, donde me doctoré. Ahí ya estaba dedicado completamente a la musicología. Llegué el año 72 y raíz del Golpe Militar (73) tuve la opción de haberme vuelto a Estados Unidos, pero preferí no hacerlo. Creamos junto a otros profesores como Cirilo Vila y manejamos la academia dentro de lo que era posible. Me nombraron director de la Revista Musical Chilena por mayo del 73. En el número de julio del 73 apareció un trabajo mío de homenaje a Roberto Falabella, y a raíz del golpe asumió el decanato de la facultad un colega mío, Samuel Claro Valdés, musicólogo, y me pidió que continuara en la revista, incluso pudimos hacer cosas como escribir el “in memoriam” de Jorge Peña, el homenaje a Pablo Neruda, y ahí seguí con la revista hasta el año 81 cuando llegó el decano Eyzaguirre me sacó y puso a Samuel Claro de director.
¿Las publicaciones le trajeron problemas con las autoridades políticas de la época?
Pasaba que como la revista circulaba en ambientes más académicos, los militares se metían muy poco, a pesar de que la Universidad había sido intervenida, por lo que no me trajeron problemas. Además cuidábamos nosotros de resaltar lo que significaba la pérdida, era una manera de decir la barbarie que era el haberlos asesinado.
¿De qué manera se produce su acercamiento a la política?
Yo estudié en tres colegios, primero en el colegio Parroquial que quedaba muy cerca de mi casa. Después estudié en el Liceo Alemán, donde había estudiado mi padre. Terminé tercero y cuarto medio en el Liceo de Aplicaciones, donde empezó a interesarme la cosa ciudadana, que también heredé a mi papá. Él fue escritor, un hombre de izquierda y estaba muy vinculado en las actividades gremiales, presidió una asociación de apoyo a los españoles exiliados por la Guerra Civil, a quienes me tocó conocer. Una cosa que acostumbramos siempre en la casa era leer tanto El Mercurio como el diario El Siglo.
El resto vino aquí en la Facultad. Cuando yo estudié, ésta no era de Artes, sino de Ciencias y Artes Musicales, sólo con música y danza. Teníamos un conservatorio en la Alameda cerca de Bulnes, una casa bien chica. También significó un ejemplo el maestro Becerra. Conocí también a Fernando García y a Sergio Ortega. Ahí nos tocó vivir todo lo que significó la Revolución Cubana, el Concilio Vaticano II... fueron períodos de mucho cambio.
¿Ha militado en partidos políticos?
Nunca he militado porque mi área de trabajo ha sido la Musicología, y dentro de esa área de trabajo, mi trabajo principal ha sido de compositores chilenos. Me ha tocado trabajar con compositores de muy distintas orientaciones o ideologías. Militar en un partido a uno lo limita, sin perjuicio de la mayor tolerancia.
¿Cuál es su relación con la masonería?
Ninguna. Mi padre fue masón. A través de él aprendí valores tan importantes de la masonería como la tolerancia, la búsqueda del conocimiento y la verdad, pero no tengo ninguna relación.
¿Cómo fue su llegada a los cargos políticos de la Facultad en los años ochenta?
En esa década empezó a producirse muy, muy gradualmente una “apertura”. Eso llevó al Ministerio del Interior a Sergio Onofre Jarpa, que era un hombre de la política. Eso marcaba una diferencia con respecto a lo que la dictadura había sido. Comenzaron a haber las primeras protestas. Decano de la Facultad fue nombrado Fernando Cuadra, que si bien era decano designado, no era político y era de una gran apertura, quien me pidió que lo apoyara como Director Académico. Yo acepté el cargo porque me significaba la oportunidad de poder colaborar en todo lo que era el desarrollo de la parte académica. Eso duró hasta el año ochenta y seis. En ese año se permitieron hacer elecciones en las facultades, entonces me acuerdo que como había gente que no podía votar, como los músicos de la orquesta, quienes eran académicos pero no docentes. Allí se produjo un cambio en la Universidad porque se formó un Consejo Universitario de decanos elegidos, además que en paralelo se empezó a dar otro movimiento importante, resurgió la FECH, se pudo elegir su directiva, y ése fue el Consejo que le pidió la renuncia al entonces rector Roberto Soto y que tuvo que afrontar toda la crisis de Federici, y de ahí yo salí del decanato, fui exonerado pero me dejaron de académico. Ahí, cuando ya se eligió por primera vez rector y asumió Jaime Lavado, él me solicitó que me hiciera cargo de la Vicerrectoría Académica y Estudiantil de la Universidad, porque había que hacer una transición entre la universidad que había que estado intervenida en la dictadura a una que se insertara en la democracia. Ahí tuve muchos proyectos.
Una cosa que recuerdo ya de un modo más político fue haber tenido a mi cargo la reinserción de los estudiantes que habían sido exonerados de la dictadura. Fue una tarea bastante fuerte, logramos formar una especie de comisión y toda una serie de no rectores sino de vicerrectores académicos de diferentes universidades y se logró la reinserción y se obtuvo del gobierno becas sin costo de arancel. Ahí dejé la Vicerrectoría, en el año noventa y cinco me eligieron decano y duré dos períodos, hasta el 2003. Ese año el rector Víctor Pérez me nombró director del Centro de Extensión Artística y Cultural, y duré hasta el 200seis. Seguí aquí, pero con jornada de 12 horas como investigador. Ahí tomé un cargo en la Universidad Central, que es privada, pero si se puede dar un ejemplo de universidad que no lucre es ésa. No tiene dueños, ya que es administrada por los mismos profesores. Vive con lo que genera por matrícula, las autoridades se eligen por votaciones, los centros de estudiantes son elegidos y tienen la FEUCEN. Yo estuve hasta que el rector que me había llevado fue removido de su cargo. Me quedé un año para hacer la transición para ser rector subrrogante por cinco meses y medio. Ahí volví, me aumentaron la jornada de doce a veintiseis horas.
El regreso
El proyecto que lo invita a postularse al decanato. ¿Cuáles son las ideas que lo motivaron a la candidatura?
Yo no estaba con mucha inclinación de asumir esto de nuevo. Incluso la gente me lo pedía, yo pensaba que por qué no pedían otro académico, porque no es bueno que la gente se repita. Esto viene de una petición que hicieron más o menos cuarenta profesores. Ahora, obviamente manifestaban diversos niveles de malestar. Obviamente uno no puede ser vocero de un malestar, sino que a lo que yo me dediqué como proyecto fue anunciar en la carta que yo acepté el acto, pero con una condición: que esto no se transformara en una instancia meramente electoral, sino en un momento para poder reflexionar sobre la Facultad. Lamentablemente en Chile, las coyunturas electorales son desgraciadamente las coyunturas en que las cosas se empiezan a pensar y evaluar. Si no, mira tú lo que ha pasado en la Universidad de Chile, que ha tenido ocho candidatos, ocho propuestas de Universidad, lo que encuentro muy bueno y saludable, pero eso debiera estar de forma mucho más permanente.
Acogido y aceptado este desafío me dediqué a estudiar documentos. Documentalmente, ¿qué podría justificar esta candidatura, aparte de un malestar? Estudié un turro así de documentos de la Universidad, otro de la Facultad, y ahí percibí algo muy interesante, que en los últimos tres años es impresionante todo lo que ha pasado en la Universidad de Chile. Por ejemplo, definir un PDI. Yo cuando fui decano hasta el 2003 nunca pudimos llegar a una cosa así, a lo más llegábamos a establecer una especie de embrión del proyecto.
Lo segundo, muy importante, la Universidad definió un modelo educativo, independiente de todas las críticas que se hace hoy de las reformas que se impulsaron del convenio de Bolonia. Yo lo que quise hacer como ejercicio fue tomando el modelo educativo, la reforma de pregrado y el PDI de la Universidad, me pregunté: ¿cómo está la facultad? Para ello busqué todos los documentos públicos. Ahí contrasté lo que pasaba con la reforma de pregrado y el modelo educativo planteaban. Esto se relaciona políticamente con otro tema. El año 2010 siendo yo miembro académico elegido en Consejo. Se llegó a un acuerdo con la Iniciativa Bicentenario de Juan Gómez Millas en cuanto al traslado de la Facultad. Se llegó al acuerdo de que se iban a aportar la contraparte de la Facultad principalmente para Las Encinas, pero no significando la obligatoriedad que esto se hiciera para el Centro, porque uno de los puntos más contenciosos ha sido el del traslado. Lo que también decía ese acuerdo era que la Facultad deberá generar un proyecto académico ampliamente consensuado para insertarse significativamente en la Iniciativa Bicentenario. ¿Qué pasó? Se produjo un anteproyecto de traslado y de edificio. Mi pregunta es: ¿tenemos un proyecto académico ampliamente consensuado que justifique el traslado? En ese sentido, muchos profesores dicen “si hay cercanía física es más fácil hacer proyectos”. La distancia física para mí en ningún caso es un facilitador o dificultador de que se generen proyectos grandes. Entonces examiné cómo estábamos en reformas del pregrado, y estaba muy en verde. Por eso digo que es importante ver el tema, porque en el documento de Pablo Oyarzún, él señala que el proyecto académico ampliamente consensuado existe, y fue el PMI que se desarrolló en la Facultad. Lo que yo le pregunto es: ¿cuáles son los resultados? Si fue el 2011, qué ha pasado después. El tema lo puso él en la palestra. Para mí es dos factores críticos: el de desarrollo institucional y la reforma del pregrado. Porque los dos son temas que son ya normados por la Universidad que establecen plazos, más que compararlo porque Pablo lo compara con otras facultades de JGM. La Universidad está pidiendo qué estamos haciendo nosotros. Ahí viene otro tema donde viene la discrepancia: según Pablo no se puede mirar por facultades, sino que solamente por carreras. Y en eso no estoy de acuerdo, porque para que un proyecto de desarrollo del pregrado tenga sentido, lo ideal es que comience por las competencias generales, las competencias sello de la Universidad, de la facultad o la de disciplinas como la música. Una cosa también que aprovecho de clarificar: yo no estoy diciendo con esto que hay que echar para atrás todo lo hecho, sino que simplemente tomar las cosas como están y siguiendo con el trabajo que se están haciendo con las carreras, empezar a elaborar dos temas. Uno: las competencias sellos a nivel de disciplinas complejas como teatro, música, etcétera. Las competencias sello a nivel de la facultad. Lo segundo es establecer otro tema que considero clave: la vinculación con los egresados. En mi opinión el egresado es el que mejor que nadie puede mostrarte la pertinencia para un determinado plan académico, artístico o profesional. En muchas ocasiones he tenido reuniones con egresados, y lo primero que les pregunto es “¿de qué les sirvió lo que aprendieron acá?”. Porque ahí uno puede decir “si esta cosa no sirve, para qué la estamos enseñando”. Eso establece lo que yo llamo la “porosidad de la facultad con el medio”, lo que está pasando con la realidad, no formando una especie de profesionales que salen y después tienen que ganarse la vida con otra cosa, no con aquello para lo que fueron formados. Otro tema que considero clave es el aseguramiento de la calidad de la docencia: los estudiantes llenan encuestas con los desempeños de los profesores. Yo te digo que nunca he recibido los resultados de las encuestas, nunca se me han informado. La idea es no sólo recibir e informarlos, sino que a mi juicio, deben ser discutidas y analizadas por un comité de carrera, más todavía que estamos en una época de un cambio de paradigma de la docencia, de la docencia frontal a la mediación de la frontalidad. Además, con qué propiedad le pedimos a los estudiantes que sigan llenando encuestas, si lo siguen haciendo y no pasa nada. Soy de la opinión que deben hacerse públicas y los resultados tienen que indicarse: “hemos encontrado tales debilidades, por tanto deben hacerse tales cosas”. Yo no llamaría a la evaluación docente como algo punitivo, ni para un cuadro de honor. Es formativo para el profesor y también para el estudiante. Esos son los puntos más importantes.
En el PDI tampoco quiero decir que no se ha hecho nada. El plan como totalidad no lo tenemos todo armado ni consensuado, ahí yo creo mucho en el trabajo triestamental. Los funcionarios de colaboración especialmente, ellos mejor que nadie conocen la Facultad, la han vivido, la tienen en su ADN, sobre todo los más antiguos, y es una cosa que tenemos que aprovechar.
Lo demás tiene que ver con la extensión. Hay una propuesta que yo quisiera retomtar, que quedó inconclusa de la época de la Reforma. Diferenciar lo que se llama la difusión de la extensión. La extensión auténtica es en la que se produce un intercambio mutuo con el medio al cual uno va. Por eso cité el caso de lo que hacíamos en Paillaco con la Orquesta Sinfónica. Era una banda que habían creado los holandeses a principios del Siglo XX, que se había mantenido y organizado principalmente por las familias. Después de un almuerzo se hacían talleres en la tarde, con un anuncio que se hacía por la radio local. Ahí nosotros no íbamos a entregar sólo la música que toca la orquesta. Esto se debería hacer porque en este tiempo los problemas de la comunicación de la música, están pasando por un período de transformación fenomenal por elementos como el mp3, la televisión digital, entonces creo que tenemos que entrar a una discusión que es importante. Otra cosa con la vinculación con el medio es insertarnos de lleno en la iniciativa de la Universidad con la educación básica y media. Es fundamental que uno la mantenga en relación. Tenemos la fortísima presión de las industrias culturales, y yo pienso que no se trata de entrar necesariamente a facilitar lo cultural. Si uno lo presenta bien y con respecto a lo que se hace por parte de la comunidad, se puede entrar a una cosa de ida y vuelta, que fue lo que el concepto inicial que tuvo la extensión, a través de la discusión.
Usted señaló que está “en absoluto desacuerdo con el procedimiento sobre como se ha llevado el Proyecto Bicentenario”...
Yo creo que acá, desde mi perspectiva, se ha producido un apelotonamiento, demasiadas medidas juntas. Las cosas académicas tienen siempre su tiempo. Se ha tomado al final lo de la infrastructura y el traslado a Las Encinas sin antes tener un PDI definido, y sin tener las competencias sellos ni acuerdos marcos que nos hacen sentir a todos como parte de una comunidad académica. Empezar a hablar de eso antes me parece prematuro por lo menos y no encaja en el espíritu de ese acuerdo. Lo otro entra en un aspecto técnico: como yo señalo, me tocó una vez hacer un proyecto que no fructificó, cuando era vicerrector académico, de hacer un nuevo edificio para la administración de la Prueba de Aptitud Académica (PAA). Para ello, lo primero era definir las especificaciones técnicas. Te doy un ejemplo: las actividades que hay en el área centro son centradas principalmente en auditorios públicos: Sala Zegers, Sala Sergio Aguirre, Sala Agustín Siré, Teatro Antonio Varas. La pregunta es: ¿vamos a tener un edificio que tenga un auditorio? A mi juicio, una cosa así tiene que tener cinco auditorios. Esto es algo nuevo que percibí el martes pasado cuando fui a reunirme con los profesores del Departamento de Teoría e Historia de las Artes. No me pude estacionar adentro porque estaba lleno, y eso me permitió recorrer el campus. La densidad de la construcción era tal que lo primero que habría que definir es qué espacio se va a asignar a la facultad. La otra cosa que habría que definir es: 1) Si vamos a visionar lo que está del area centro allá, o vamos de frentón a construir una nueva Facultad de Artes. En este momento la densidad de construcciones en JGM ya casi no lo hace viable como campus, porque el formato de un campus combina las áreas de circulación, áreas de convivencias... pero aquí es un conglomerado de edificios, prácticamente apiñados. Suponte tú, si vamos a ir a reproducir a Las Encinas un edificio de altura, mejor nos quedamos con el que tenemos acá. Técnicamente, creo que no se ha llevado bien ese proceso.
Y la otra cosa, más importante todavía: cuando vi este proyecto de la PAA, nosotros postulamos siete proyectos sobre la base técnica, y el jurado que lo vio, conformado por arquitectos y funcionarios de administración de la PAA, miraban la base técnica, la estética. No basta con decir “éste es el proyecto, voten si quieren hacerlo o no” porque nadie va a tener un parámetro para evaluarlo, menos para comparar. Por la envergadura de un proyecto, yo con mucho respecto que le tengo a la FAU, solamente con uno de éstos, yo tomaría tres, cuatro o cinco, nacionales e internacionales. Eso es lo que pienso respecto a la seriedad que requiere un proyecto así. Que la gente sienta que se va a algo mejor. Ahí es muy importante ver qué pasó con Las Encinas cuando se trasladaron de lo que hoy día es el MAC. Un día yo lo visité cuando entonces el director de Depto de Artes Visuales y vi lo que habían sido la infrastructura de los talleres de Bellas Artes. No se comparaba con las barracas de Las Encinas. Por eso, en los períodos que yo fui decano, definí como área prioritaria de mejoramiento el área de Las Encinas, porque realmente las condiciones en que la gente trabajaba allá eran deplorables. Incluso, recuerdo que en esa época tuvimos que contraer un préstamo de tres o cuatro años en UF para empezar en la misma Universidad a un nueve porciento anual. Con eso se hicieron algunos mejoramientos que se han ido concretando ahora con esta Iniciativa Bicentenario.
¿Cómo definiría su posición ante el Proyecto Bicentenario?
Es una oportunidad magnífica. Bien llevado, bien consensuado y bien discutido, con los respetos debidos a las diferentes disciplinas del arte, lo hallo como una oportunidad magnífica sobre todo de hacer algo que es consustancial a la Universidad y al arte de hoy, que es la relación interdisciplinaria. Te va por un lado la relación con la Facultad de Filosofía y Humanidades, Ciencias Sociales, ICEI, y allí hay un doctorado de Teoría e Historia de las Artes que se da en conjunto con la Facultad de Filosofía. Ayer, jueves, estuve reunido con los profesores de Sonido y les pregunté: tenemos aquí la tecnología para poder hacer TV digital? Me dijeron que sí, en ICEI también. En el MAC también. Estas tres cosas aclaran todos los aspectos legales, que es materia que le incumben a la autoridad, y generamos TV digital para que una persona hasta por su celular pueda ver lo que está pasando por la Facultad. Yo hallo que en la Facultad no estamos mostrando toda la riqueza que tenemos ni estamos aprovechando todo lo que la tecnología nos ofrece para mostrarlo.
¿Qué pasará con el ISUCH?
Yo al ISUCH le doy el más absoluto respaldo, el martes me voy a reunir con los profesores. La idea original del ISUCH, cuando se creó hace 81 años, había un régimen en que se tenía clases todo el día, desde las 8:30 de la mañana y terminaba a las 17:30 de la tarde. Esto permitía a los estudiantes compatibilizar los estudios de música y artes plásticas con el colegio. La situación hoy es distinta, porque los estudiantes no todos van al ISUCH, porque el sistema escolar es absolutamente distinto al que era cuando esto se creó. Quiero hablar con los profesores para saber cómo es el proyecto que ellos piensan, y cómo es el proyecto de que esto pueda ser de un colegio el cual tenga como su centro la formación del arte. El arte, como decía Tomás Mann para la música, conjuga dos cosas: la intensidad de la expresión con la complejidad de la estructura. Conozco una definición que tenía Gigica Giuliano, que definía como una estructura detrás de la locura. Normalmente, uno de los problemas que ha tenido la musicología muchos años es que más bien tiende a hablar de la estructura que de la locura, ahora está empezando a hablar de la locura y la relación de la estructura. Cuando hablas sólo de la estructura, matas lo que hace el arte. Esto es una cosa que quiero conversar, pero una cosa en la cual se demuestre al país que es posible desde el arte, sin perjuicio de las otras disciplinas de las ciencias y humanidades, se puede hacer un proyecto para formar ciudadanos íntegros y equilibrados. Quiero conversarlo, el ISUCH no es un gasto, es más bien una inversión.
Asuntos académicos: ¿Qué propuesta tendría para con la Dirección de Escuela?
Aquí tengo algo que no es parte de un programa, sino materia de una discusión. Dada la complejidad que entraña la reforma del pregrado, ¿es conveniente que sólo tengamos una gran Escuela de Artes? Es una pregunta que tendría que entrarse a discutir, no una imposición. ¿Debería la Facultad tener más de una Escuela? Yo impulsé desde la Vicerrectoría Académica lo que fue el Reglamento de las Escuelas, que resucitó las escuelas, porque éstas desaparecieron en la Reforma y se sustituyeron por los departamentos. Los que tenemos todavía son departamentos-escuela, el director de Departamento no se dedica sólo al cultivo de la disciplina, sino de partes que a mi juicio debería tener la Escuela. Aquí tengo una opinión formada en la experiencia. Las estructuras siempre hay que verlas al final, primero hay que ver cómo están funcionando. Mi planteamiento es fortalecer la dirección de Escuela y el Consejo de Escuela, y que fueran éstos en conjunto con los comités académicos de las distintas carreras, que hagan anualmente un análisis de cómo está el estado de la docencia. Que tomen en cuenta la opinión de los alumnos que es fundamental. Se puede usar otro sistema que sin perjuicio de la opinión del alumno, se pida al profesor una autoevaluación, en que el profesor conteste las mismas preguntas que contestaron los estudiantes y se contrasten las visiones. Incluso, de más largo aliento, que puedan opinar pares internos. Lo que es calidad de la docencia no lo estamos gestionando. El fortalecimiento de la Escuela, fortalecimiento del Consejo, y ahí es importantísima la participación de los estudiantes e incluso de los funcionarios de colaboración. Para que un proceso docente se desarrolle bien, miro por ejemplo la magnífica voluntad de todo nuestro personal de colaboración para ayudar a poner el data, el computador, y siempre tienen la sala a la hora, etcétera, entonces el personal de colaboración también parte del proceso, debería tener una opinión y un reconocimiento, ya que ellos hacen que la actividad docente se realice. Le daría todo mi respaldo a la Dirección de Escuela. La docencia sea el tema más importante dentro de la Facultad. Entendámonos: este cambio de paradigma de la docencia e irreversible por una razón, cada vez me asombro más de toda la información que se puede sacar de Internet. Yo creo en algo muy sabio que dijo Luis Izquierdo, un gran biólogo chileno, que decía que “la Universidad no es un lugar donde ciertas personas enseñan y otros aprenden, sino un lugar donde todos estudian”. Eso implica que el profesor debe tener humildad.
La comunidad entiende que para el desarrollo de un proyecto se requiere de un buen equipo a cargo. ¿Ha pensado en quiénes lo acompañarán en su eventual gestión?
En lo que se refiere al Vicedecano, existe una tradición. La Facultad de Artes se generó durante la época de la dictadura, y fue parte de un proyecto de “eficiencia”, se juntaron muchas facultades afines en una sola. La decisión se tomó justamente en ocasión de una vez que el Campus JGM fue tomado por los militares, entonces ahí se decidió en un claustro de profesores, seguir integrados. Había una razón práctica en ese momento, que tanto la Facultad de Bellas Artes como la ex Facultad de Ciencias y Artes Musicales fueron las facultades más afectadas por la exoneración de académicos, funcionarios de colaboración y estudiantes. Yo creo que se perdió masa crítica y que se ha recuperado solamente en forma muy parcial. Hay una suerte de acuerdo no escrito, de que si el decano es de este lado, el vicedecano es de allá. Para lo que se refiere al vicedecano, si yo salgo electo, le pediría al director del Departamento de Artes Visuales una propuesta de dos nombres y al Director de Teoría e Historia de las Artes uno, una suerte de terna. Ahí elegir un nombre y proponerlo al Consejo de Facultad.
Un cargo clave es la Dirección Económica y Administrativa, ahí el nombre que he pensado es el de Luis Núñez Mercado, con él trabajé en el CEAC y en mi decanato. Por una razón: la Universidad en este momento está cerrando un ciclo, a raíz del DFL 1 que se hizo en la dictadura, la Universidad se dividió en muchas sedes. Lo que sucedió fue que la Universidad de Chile quedó con todas las deudas, y ahí con el paso del autofinanciamiento y la disminución del Aporte Fiscal Directo, que llegó a cifras que ninguna universidad del mundo que se llama estatal, tiene de aportes de Estado. Esto fue una política que tuvo tanto el rector Riveros como el rector Pérez, y la Universidad tiene aproximadamente cuatro mil millones de pesos más, a lo que suma un aporte que dio el gobierno de Sebastián Piñera a las universidades del CRUCH, hasta el año 2023. En este nuevo escenario, una de las cosas que yo quisiera hacer es un análisis global de los recursos que tiene la Facultad. Existen muchos descalces entre organismos como la Escuela de Posgrado y los Departamentos. Ahora yo no digo que estemos en abundancia, pero hay que pensar en ciertos criterios objetivos en asignación de recursos, porque hay departamentos que tienen muy pocos recursos, pero hay que hacer un análisis general. El presupuesto se ha manejado muy ordenadamente. Yo propongo una reingeniería de lo que son las asignación, de manera transparente. Esto significa una mejor y más justa distribución, sin perjuicio. Nivelar y mejorar las remuneraciones de los funcionarios tanto académicos como de colaboración, que son las más bajas de la Universidad.
Participación triestamental: ¿Qué opinión le merece en la elección de autoridades unipersonales?
Personalmente no le veo el problema, pero lo que sí quiero destacar es la situación que impera ahora es resultado de un referéndum triestamental con el voto ponderado. Si eso tiene que realizar, que se haga con un procedimiento parecido. En lo institucional, esperaría que más que pensar en un organismo constituyente, pienso en uno que proponga una reforma del estatuto y que inevitablemente va a tener que llevar una reforma de la ley, en la cual se permita la posibilidad de una elección triestamental. Cuando cada cual hace lo que tiene que hacer, la participación triestamental es una cosa que enriquece mucho a la comunidad.
¿Sostiene lo mismo en el derecho a voz y voto triestamental en el Consejo de Facultad?
Para mí no habría problema. Ahora, lo que yo he buscado siempre es por lo menos que las decisiones, en lo posible, se tomen por consenso. Eso hace que no se tenga que llegar a la votación, pero voz y voto en instancias colegiadas tampoco es problema.
En sus bases programáticas habla de que están para ser discutidas y recibir la incidencia de la comunidad académica. ¿Cómo se puede canalizar esa incidencia?
Basta que me hagan llegar los planteamientos por la página web, he recibido muchos. Yo creo que una conversación como ésta o la que acabo de tener con el Departamento de Teatro, con Música, con Teoría. Es bueno porque el correo y la página web te permite continuar la conversación.
Hay un tema siempre conflictivo para las autoridades: el ejercicio de las investigaciones sumarias. Cuando fue decano durante 1998, cursó una investigación sumaria contra el académico Humberto Nilo Saavedra, en ese entonces director del Departamento de Artes Plásticas. ¿Qué percepción tiene de los hechos?
No recuerdo bien qué fue lo que pasó, tendría que volver a mirar el expediente. Déjame darte una opinión más general: el sumario tiene fundamentalmente un sentido que es determinar en ciertas situaciones si se ha producido o no a alguna falta que haya sido sujeto de responsabilidad administrativa. No recuerdo bien el caso de Humberto Nilo, para decirte la verdad, lo demás sería especular.
El decano tiene que ejercer la potestad de acuerdo a las normas vigentes, y lo que rige a la Universidad de Chile es el estatuto administrativo, el cual dispone taxativamente en caso de detectarse una falta, es la obligación de un decano hacer una investigación sumaria, no un sumario directamente, el cual debe determinar si existió esa falta, y si existiendo la falta, hay responsabilidades funcionarias comprometidas, porque si no lo hacen, los decanos pueden ser ellos sujetos de sumario, en este caso, por parte de la Contraloría. Mirando las cosas desde la perspectiva de hoy, lo ideal del sumario es ser lo más prudente posible, porque consumen una cantidad fenomenal de tiempo. Deben restringirse a casos donde haya la presunción de alguna falta grave. Lo otro hay que tratar de resolverlo, yo creo, por otras vías. Recuerdo un caso que me tocó llevar, de un académico que se había ausentado sin permiso. Yo tenía en ese momento un asesor jurídico que me dijo: “su obligación es ponerle fin al contrato de esa persona, y no puede elegir, debe. Por una ausencia de más de tres días tiene que abandonar las funciones”. Suponte tú que por ABC razón no hubiera hecho el sumario y la Contraloría General detecta esta ausencia durante tres días, el sumariado soy yo, por no haber hecho lo que tenía que hacer.
La contraposición entre la visión del ex Conservatorio y la misión de la Universidad de Chile: ¿siente que existe una contraposición de visiones?
Yo no la hallo, te voy a explicar por qué: El Conservatorio duró hasta la Reforma en los sesenta, en total. Después se transformó en el Departamento de Música primero y después en el Departamento de Música y Sonología. El Conservatorio que existió hasta entonces era fruto de la Reforma que se hizo en 1928, que puso fin al que entonces era director, Enrique Soro, y al subdirector, Luigi Stefano Giarda, que por lo demás fueron figuras que hicieron mucho por la música en Chile, eso es una injusticia que se tiene que decir. Pero la concepción que se tuvo de conservatorio era que en ese entonces estaba concentrado en la interpretación y en la composición. Junto a las materias propias de la praxis creativa del intérprete y creador, estaban las materias reflexivas que en ese momento eran la historia de la música y el análisis. Fue justamente mi maestro Becerra, en una serie de artículos que escribió sobre la Crisis de la Enseñanza de la Composición en Occidente, el primero se llama “Un homenaje al aporte musicológico de Domingo Santacruz”. Él en verdad no fue un musicólogo, pero siempre valoró el aporte que la musicología podía hacer en la formación. Te obligaba a que la gente no estaba en la mera praxis. Obligaba a la reflexión. Ahora qué ha pasado hoy: la musicología está mirando todos los aspectos del contexto de una manera mucho más amplia, que te obliga a relacionarte con muchas más disciplina, sobre todo a las ciencias sociales, y hay mucha más discusión sobre todo a la parte contextual. No existe una cultura de Conservatorio. En qué lo observo en esto: los alumnos que pertenecerían a esta cultura, de interpretación por ejemplo, en los cursos que me ha tocado a mí hacer de historia, que retomé hace cuatro años atrás, son excelentes en cuanto a niveles de reflexión. No son estos alumnos que uno toma como un mero trámite. Son personas reflexivas, críticas, y que si uno sabe estimular el proceso de investigación, son altamente colaboradores. Si miro los estudiantes, no percibo una cultura de conservatorio en cuanto a algo que está encerrado meramente en la tecné del arte. Yo creo que no, simplemente, gradualmente se ha ido dando la cultura departamental.
En cuanto al estamento académico, la última movilización de los Ciclos Básicos detectó la irregularidad de profesores autócratas, que se autogobiernan al margen de las decisiones colectivas.
Hablemos de elección ficción... yo creo que anualmente se debería establecer un calendario o sistema que permita reuniones triestamentales. Tal como se habla ahora de horarios protegidos para los estudiantes, los debería haber para las actividades triestamentales, que fueran de público conocimiento. Que estuviera dispuesto por la facultad, se han dado las facilidades correspondientes respecto a las clases y sea una actividad tan legítima como otra. Qué pasa ahora, que si la actividad triestamental o de asamblea se considera al margen de la actividad universitaria, que no está regulada en cuanto a horario de funcionamiento, pueden darse esas situaciones. Deberíamos tener un calendario que todo el mundo conociera y supiera. Yo partiría por ese tema, porque a mí me pasa, por ejemplo la otra vez se convocó a un Encuentro Triestamental, yo bajé a la Sala Zegers y casi no había nadie, había sólo algunos estudiantes. Eso me señaló que esto no está normado ni organizado. Nosotros debiéramos decir que tanto como hay clases, hay actividades de horarios protegidos de estudiantes, o triestamentales, y que todo el mundo respete esa convención, e insertarlo no como algo al margen de la academia, sino como parte de ésta. A lo largo de mi vida me ha tocado conocer el caso de tantos estudiantes que desarrollaron una fuerte actividad política en algún momento de su carrera, y esa actividad política les sirvió mucho a su formación. Sí sé de estudiantes que en algún momento eran activísimos políticamente y ahora son excelentes profesionales. Yo me remito a Aristóteles cuando llamaba a la política es la actividad más noble del ser humano. El hecho de desarrollar que un estudiante tenga que aprender a argumentar, fundamentar su argumento, defenderlo, escuchar los argumentos de otros y aprender a discutir por la razón. La mejor manera, más que clases de retórica o cosas así, una asamblea bien llevada es mejor que veinte clases de formación de este tipo. Lo que yo haría sería programar una suerte de horario del año donde estén tales horarios permitidos para esto, y que un funcionario de colaboración pueda recurrir a esa actividad sin que el jefe tenga que darle permiso. Yo insertaría eso dentro de la corriente principal de la actividad académica.
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