Valparaíso
en llamas. Dos mil casas (y contando) totalmente destruidas por el
incendio más voraz del que el puerto tenga memoria dejando a más de diez mil mujeres, hombres y niños sin hogar, sin ropa, sin bienes,
con una vida entera perdida bajo las cenizas del desastre. Una gran
cruzada humana se ha formado para ayudar a quienes están viviendo en
carne propia una tragedia imposible de dimensionar para quienes
tengan un techo donde guarecerse, porque lo perdido en Valpo no son
solo “cosas materiales”, sino algo tan abstracto y tan profundo
como la vida misma. Miles de voluntarios fueron convocados a ayudar y
enormes colectas se han hecho bajo diferentes organizaciones como universidades, colegios, bomberos, sindicatos, etc. Las
organizaciones sociales parcharon donde el gobierno y las empresas
miraron hacia el lado, salvo para enviar militares a impedir saqueos
o flexibilizar el pago de créditos (tremenda utilidad) y hubo tanta
gente dispuesta a ayudar que las autoridades porteñas literalmente
tuvieron que hacer un llamado para no ir al puerto, porque no había
capacidad para mantener a los voluntarios y a las víctimas en
Valparaíso.
Mientras
tanto, las redes sociales eran utilizadas para lo que sirven las
redes sociales: para nada. El gato #FuerzaValpo fue trendingtopic
en Twitter y el usuario promedio de Facebook expió sus culpas
compartiendo fotos de la tragedia, todos profundamente conmovidos
desde la comodidad del computador, enviando buenas vibras, fuerzas
(¿Qué mierda significa “enviar fuerzas”?) y rezando por las
víctimas, como si buscaran desesperadamente mostrar lo preocupados
que están. Esta actitud neoliberal capitalista, de guardar las
apariencias para buscar la normalidad y esconder la tragedia, es un
síntoma tremendo de que algo horrible se ha quebrado en la sociedad
y que vivimos las consecuencias de no combatirlo con fuerzas; la
indolencia individualista se ha arraigado en nuestra cultura.
Estos
días se ha hablado mucho sobre por qué ocurrió el incendio y muy
poco sobre como se pudo haber evitado. Se ha dicho que ocurrió por
culpa de los basurales en las quebradas, que la gente de las tomas de
terreno es sucia y mala clase y que comparten la responsabilidad por
haberse ido a vivir ahí, donde no se debía construir nada. Nadie ha
puesto el grito en el cielo por la pobreza, por la vulnerabilidad
social y porque en el Chile de la OCDE existen favelas ocultas bajo
el manto del desarrollo, menos ha habido sanciones a quienes
ignoraron las advertencias del jefe de emergencias de la
municipalidad de Valparaíso, quien envió más de 3 informes
distintos sobre la alta probabilidad de que hubiera un gigantesco
incendio en los cerros afectados. Pero hemos aprendido a mirar a un
lado, hemos aprendido a normalizar estas situaciones y aceptar que
esta gente existe y que no tiene por qué importarnos; siempre habrá
pobres, siempre habrá pobreza y no vale la pena arriesgar nuestra
valiosa y pujante economía para hacer algo por ellos. Chile no está
dispuesto a poner en riesgo sus Starbucks y celulares para eliminar a
los más vulnerables.
Sin
embargo, cuando ocurren estas tragedias, no podemos evitar como
sociedad sentirnos mal, no podemos mirar al lado cuando una tragedia
de dimensiones mayores ocurre frente a nuestros ojos, así que
liberamos esta culpa fingiendo que hacemos algo al respecto o que
fuimos parte de la ayuda que esa gente tanto necesitaba. Por eso
tanto #FuerzaChile, tanta foto con frases cursis y tanto rezo, porque
aquellos que chupan la teta del sistema económico se sienten
juzgados en este momento, se sienten mal por sus retails, por su
tarjeta de crédito, por elegir la frivolidad y el consumo en vez de
una sociedad más equitativa y más justa. Esta actitud tiene su
punto culmine con los mal llamados “movimientos animalistas”.
Primero,
los humanos somos animales y si un movimiento animalista no tiene una
vocación humanista de igualdad entre las distintas especies, es un
movimiento penca y falso. Por eso fue extraño encontrarse no solo
que había una convocatoria para ir a ayudar a las mascotas en
Valparaíso, sino que fue el grupo con mayor convocatoria de todos.
El escritor Rafael Gumucio acusó este hecho en su cuenta de Twitter
diciendo “Algunos Hipsters fueron a salvar gatitos y perros
mientras Valparaíso ardía y sus compatriotas luchaban por sus vidas
#verguenzaajena” y fue ampliamente repudiado por agrupaciones
animalistas, quienes le desearon lo peor. Sin embargo, ¿hay algo
erróneo en este comentario? El incendio en Valparaíso no había
terminado y había weones estúpidos preparando las maletas para
“salvar a las mascotas”, importándoles una raja el dolor de las
familias que habían perdido todo (incluidas sus mascotas) y que
peleaban una dura batalla contra el fuego.
Todos
amamos a nuestras mascotas y son muchos los que amamos a los animales
(diablos, hasta Hitler tenía fama de ser un amante de los perros y
la naturaleza) y me parece bien que los voluntarios que vayan se
preocupen de darles protección y alimentos porque son parte de la
familia, perros y gatos son compañeros de vida y tienen que ser
atendidos, pero acá estamos hablando de un escenario distinto;
existe un número no menor de idiotas que no solo no le importa un
carajo la pobreza, sino que activamente finge que no existe o que es
un problema menor. Esta gente hizo el cálculo y desde su
“superioridad intelectual” se dio cuenta que las mascotas eran
bonitas, tiernas, cariñosas y leales y los pobres no, así que era
aceptable darle prioridad a las mascotas, porque había que combatir
la “superioridad racial de los humanos”. Los voluntarios de
Valparaíso ya estaban ayudando a las mascotas, incluso había
brigadas de veterinarios barriendo los cerros, pero eso no importaba,
porque las mascotas merecían la prioridad sobre las víctimas
humanas, quienes no tenían ni cuatro paredes donde cagar en paz.
Hemos
olvidado lo importante, hemos dejado que la gente con plata nos
transmita sus preocupaciones banales y su culpabilidad de clase. Nos
importa más la serie gringa que sale los domingos que el compatriota
que sufre el hambre y frio, quien perdió su casa y su dignidad. Los
animales sentimos la empatía, sabemos la importancia de cuidarnos
como especie y aunque tengamos que comernos unos a los otros,
entendemos que hay un equilibrio que mantener y vidas que salvar si
podemos.
Solo
las bestias se preocupan de ellas mismas, solo las bestias fingen
preocupación solo para cuidar lo que tienen.
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