29 abr 2014

Aires de mixtura: sobre la democracia universitaria

Por Ariel Maringer, Secretario General CEFA período 2012-2013

A decir verdad, estoy un poco harto de la palabra democracia. En general, porque existe una indefinición horrible en su significado: mientras para algunos quiere decir meramente poder votar cada un par de años (quizás para quienes sufrieron la privación de este derecho), para otros es poder hacer lo que se quiera cuando se quiera, y para otros, la dictadura de la mayoría. 

Tomemos, para efectos prácticos de este artículo, la definición básica de democracia como un sistema participativo. Con ese nivel de ambigüedad debería bastar.
 
Partiendo desde esta indefinición, nos debería ser grato a nosotros, estudiantes de la Facultad de Artes, que nuestra decana, en la cuenta de su gestión, haga mención a progresos durante estos cuatro años tales como haber dotado a los estudiantes con espacios de encuentro como la sala 510, haber promovido la creación de los reglamentos de las etapas básicas, así como su inclusión como estudiantes regulares de la Universidado haber levantado una Comisión de Innovación Curricular a nivel central, entre otras genialidadestodas conseguidas luego de procesos de movilización estudiantil que terminaron en tomas (2011 y 2013). 


¿Por qué, entonces, me resulta tan desagradable? Resulta que los petitorios levantados por nosotros (los estudiantes) en dichas movilizaciones, surgieron de diagnósticos que mostraban fallas en el funcionamiento de la facultad, por lo que las medidas (como las mencionadas en la cuenta de la decana) fueron propuestas emanadas de nuestro estamento para subsanar la situación. Por supuesto que no somos los ejecutores de estas medidas, nosotros no somos los que administran el aparato burocrático de la Universidad, pero si el decanato va a adjudicarse éxitos de movilización estudiantil como progresos gracias a su gestión, por último que nos dejen elegir a quien ostente el puesto.

No me quiero quedar en el análisis simplista. Muchos sabemos que ante nuestras exigencias muchas veces la decana nos respondía que justo estábamos pensando en lo mismo, pero es que no se puede por [inserte justificación pusilánime aquí], ante lo cual podría concedérsele el beneficio de la duda. Además, cooptar (otra palabra de moda) consignas y demandas es una estrategia política bien conocida (para que hablen de Bachelet), así que enfoquémonos en un punto más específico.

Muchas tomas y paros podrían evitarse de existir instancias institucionales donde se procesen democráticamente las decisiones, dice Sebastián Aylwin, vicepresidente de la FECH, en el foro organizado por el CEFA sobre democracia universitaria. La frase cobra mucho sentido cuando recuerdo que los petitorios de las últimas tomas han sido aceptados íntegramente, luego de escuchar repetidas veces la frase antes citada (justo estábamos pensando en lo mismo…”). Asumiendo la mejor de las voluntades (a discreción del lector), lo que hizo falta en esos casos fue, precisamente, mantener informada a la comunidad de los procesos problemáticos y permitir su incidencia en la resolución.

Otra idea repetida por Aylwin, en el mismo foro, fue la tecnocratización de la Universidad, entendiéndola como su gestión basada en ejes técnicosu objetivos, que lo que hacen es básicamente imponer una forma de hacer las cosas de acuerdo a determinada perspectiva (que nadie sabe de dónde salió), y que por fuerza logra estandarizarlas, alejando incluso a los académicos de las decisiones en el aparato institucional, según Jorge Martínez, académico del DMUS. En efecto, parece que el asunto de los estándares internacionales y la mentada excelencia académica nos guían por un camino que nadie sabe muy bien quién escogió o por qué, pero hay que seguirlo porque está de moda, lo que la lleva en el mundo académico. Pero esa es otra discusión (¿o no?).

En contraposición a la tecnocracia, entonces, está la democracia. Un sistema en que la comunidad es partícipe de sus procesos, responsable de fijar un rumbo y de seguirlo, es de hecho, lo contrario a la automatización. Una comunidad activa y autodeterminada es una comunidad consciente de sí, y es capaz de replantearse completamente en caso de encontrarse en camino pantanoso. Todo indica que debemos aspirar a ser de este tipo de comunidad. ¿Entonces?.

J. Martínez dice que aquí no basta la democracia institucional, la democracia del voto, aquí necesitamos una vida democrática(foro Democracia Universitaria, 14 de abril de 2014). En efecto, muchas veces se pierde el eje, y desviamos la atención, pidiendo votos en lugar de participación. Pero es curioso cómo ambas realidades tienden a separarse. La pregunta que plantea Aylwin es crucial: ¿por qué habría que excluir a miembros de una comunidad de su funcionamiento? En la política nacional (digamos, gubernamental) existe el concepto de mayoría de edad, pero en la universidad los límites son más difusos.

Pareciera ser que el límite está en la labor académica, pero en particular en la Facultad de Artes (aunque no limitándonos a ella) esa línea es increíblemente difusa. ¿Por qué es más labor universitariala del director de la OSE (la sola sigla amerita otro artículo, pero en fin) que la de cualquiera de los intérpretes que la integran? ¿O la de los funcionarios que cargan y trasladan percusiones y contrabajos? Y eso por sólo nombrar el departamento de música, para qué meternos en teatro, artes visuales o sonido.

En resumen, el límite que sea no es un límite real, sino fabricado. Fabricado a conveniencia por una cúpula (probablemente académica, de tiempos pretéritos) que supo hacer su trabajo tan bien que ahora las directrices de éste no son cuestionadas (para qué hablar de Jaime Guzmán). Casi. El cuestionamiento existe, y mientras más seamos los que no consideremos la jerarquía actual como el orden natural de las cosas, más iremos avanzando. Tomemos las riendas de nuestros asuntos, porque son nuestros. Y si son de la Universidad de Chile, debieran ser también los de todo Chile. Hagamos de la universidad pública una realidad.

Una realidad así no debería parecer tan descabellada. De hecho, no lo es, y está más cerca de nosotros hoy de lo que hace mucho que no estaba. No es un sueño, es una propuesta real. Trabajemos hoy juntos por ello, para que la próxima vez que un decano o rector hable de triunfos de movilización estudiantil o trabajadora como propios, no haya motivo por el cual sentirse incómodo, porque efectivamente, habrá sido un triunfo conjunto, desde sus inicios, y en todas sus etapas.

Es hora de una nueva era.

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